Hace muchos, muchísimos años, en el infinito amanecía y entre las nubes se asomaba tímidamente el sol, se sentía un poco de frío. El Dios de los dioses miraba todo el panorama a través de las ventanas, cuando de pronto, sintió que algo le cosquilleaba en la nariz y empezó a estornudar con bastante fuerza; de su boca salieron innumerables gotas de agua que produjeron una rápida llovizna. El viento jugueteaba con las gotitas, uniéndolas y separándolas, llevándolas y trayéndolas hasta forma una esfera que empezó a girar a lo largo y alto del espacio.
Unas horas después por fin escampo y… ¡oh que maravilla! Hasta para el dios de los Dioses, la esfera compuesta por las gotitas de agua, se cristalizó y los rayos del sol al posarse sobre ella irradiaban múltiples y vistosos colores, de esta manera pasaron largos, larguísimos años, hasta que el Dios de los dioses dijo: -“no es bueno que el planeta de cristal esté vacio, lo poblaré con unas hermosas criaturas, quienes estarán acompañadas por el hada de la Alegría.
Entonces sopló con todas sus fuerzas y aparecieron unos capullos tan blancos como el algodón, al cabo de siete meses, los capullos se abrieron para dar nacimiento a unos maravillosos insectos con alas de color tornasolado.
El aroma que envolvía el ambiente era celestial, de esta forma corrió el día hasta terminar todos agotados y llenos de una paz infinita.
A la mañana siguiente cuando despertó el sol iluminando el plañera de cristal, se escucho una serene voz, invitando a los habitantes para que organizaran sus propias familias.. Ellos muy afanados se dirigieron a sus casitas quedando un papá y una mamá en cada una de ellas.
Día tras día las familias fueron creciendo hasta que aparecieron el abuelo y la abuela; el tío y la tía, el sobrino y la sobrina… quienes con sus pequeñas alas volaban arriba y abajo, a la derecha y a la izquierda, en todas direcciones haciendo reír a los miembros de cada familia.
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